
A un mes exacto del colapso que redujo a escombros la emblemática discoteca Jet Set, el dolor sigue siendo una herida abierta entre los familiares de las 233 personas fallecidas. Este jueves, el lugar donde antes se celebraba la vida volvió a ser escenario de llanto, plegarias y memorias rotas.
El antiguo inmueble se convirtió en santuario improvisado. Bajo un sol abrasador, decenas de deudos se congregaron en una emotiva eucaristía oficiada por el padre Rogelio Cruz. Entre cantos, oraciones y lágrimas, los rostros reflejaban la magnitud de una pérdida que aún estremece a toda la nación.
Socorro Valera, madre de una de las jóvenes víctimas, protagonizó uno de los momentos más conmovedores al caer de rodillas frente al altar improvisado. Su llanto, desgarrador, rompió el silencio con un lamento que conmovió a todos los presentes: “Ay, mi única hija, mi preciosa hija… ¡Ay, ay, ay, Dios mío, qué dolor! Mi amor, mi reina, mi estrella, mi sol, mi motor, mi impulso a vivir, mi aire que respiro… Dios mío”.
A su alrededor, el eco de su dolor se multiplicaba en las miradas perdidas de padres, hermanos y amigos que compartían la misma orfandad emocional. Pancartas reclamando justicia se alzaban entre abrazos silenciosos. La tragedia no solo destruyó un edificio: arrasó con sueños y esperanzas.