
Por Luis Córdova
Conocí a Rodolfo Pou en el set de televisión previo a una entrevista. La producción había proporcionado algunas líneas de su biografía y un ejemplar de su primer volumen de artículos compilados, que era propiedad del entonces vicerrector de UTESA, su amigo que le acompañaba Frank Rodríguez.
Hubo empatía. Cómo no tenerla con alguien que predica, con la pasión de quien defiende la verdad del apostolado que asume, y que más que convencer de sumarse a sus causas se solaza con el que se conozcan sus verdades, sus realidades, sus experiencias.
Así nos enteramos de esa otra diáspora: pensante, propositiva, reflexiva y en gran medida insatisfecha. Al tiempo, un gran amigo mutuo, Fabio Tejada, nos acercó y la hermandad ha multiplicado las tareas conjuntas, los sueños y aspiraciones de esta tierra de Duarte, invitándonos a integrar el think tank que preside, Diaspora and Development Foundation.
Rodolfo Pou, como un mesías, está evangelizando para salvar una relación entre hermanos, y nos invita a que actuemos antes de que sea demasiado tarde. Sus visitas al país constituyen una experiencia de renovación del discurso, postura y abordaje de la realidad nacional, incluida los dominicanos y dominicanas en el exterior.
Pou ha dejado un eco resonante en el debate sobre el rol de la diáspora dominicana en el desarrollo nacional. No solo ha diagnosticado con precisión los desafíos que enfrenta nuestra comunidad en el exterior, sino que ha presentado un mapa de ruta que, de implementarse, podría transformar la relación entre el país y sus más de dos millones de ciudadanos en Estados Unidos. Su mensaje, claro y contundente, merece ser escuchado: la diáspora es mucho más que una fuente de remesas; es un motor de desarrollo económico, cultural y social que la República Dominicana no puede permitirse ignorar.
Nos recuerda una verdad incómoda: las remesas, que en los primeros cinco meses de 2025 superaron los 4,900 millones de dólares según el Banco Central, son solo una fracción del potencial económico de la diáspora, con ingresos de 120 mil millones y un capital ocioso de 6 mil millones. Sin embargo, señala Pou, este potencial está en riesgo si no se actúa con urgencia para fortalecer los lazos con las nuevas generaciones, especialmente con los 1.1 millones de dominicanos nacidos en Estados Unidos, muchos de los cuales carecen de una conexión emocional con su país de origen.
El planteamiento de Pou no es solo un análisis económico, sino un llamado a repensar nuestra identidad como nación. La desconexión de estas nuevas generaciones no es solo una pérdida cultural, sino una amenaza económica a mediano plazo. Si la mitad de estos jóvenes nunca ha pisado suelo dominicano, ¿cómo podemos esperar que mantengan el compromiso de enviar remesas o invertir en el país? Pou propone un cambio de paradigma: pasar de una diáspora que envía dinero por obligación familiar a una que invierte por convicción en el futuro de la nación. Su idea de un instrumento de inversión accesible, con montos desde 500 dólares, es un paso audaz hacia la democratización de las oportunidades económicas para los dominicanos en el exterior.
Aunque faltan leyes, crear un ecosistema institucional que genere confianza, con procesos transparentes y garantías que incentiven a la diáspora a invertir en su país. Más allá de las remesas, Pou nos invita a soñar con una diáspora que participe activamente en el desarrollo nacional, no solo con dinero, sino con ideas, talento y compromiso.
Como dominicano, me preocupa que el “patrimonio emocional” al que Pou hace referencia tenga fecha de vencimiento. Sin una estrategia clara para cultivar ese vínculo con la diáspora, corremos el riesgo de perder una de las mayores fortalezas de nuestra nación.
Es hora de que el gobierno, el sector privado y la sociedad civil coloquen entre las prioridades programas culturales que acerquen a los jóvenes dominicanos en el exterior hasta incentivos económicos que canalicen su capital hacia proyectos de impacto.
Rodolfo Pou, repito como un mesías, está evangelizando para salvar una relación entre hermanos, y nos invita a que actuemos antes de que sea demasiado tarde.